En Vilaflor La Ermita de San Roque está en alto como no podría ser de otra manera, siendo el santo protector de las pestes y otras enfermedades. La construcción se conserva muy bien y por dentro es fresquita y recogida, como para sentarse y guardar silencio. La placita se ha convertido en un espacio cultural. El sábado día 15, llevé mi Mundo raro, un cuento chiquito. La gente llega gota a gota, de dos en dos, de tres en cuatro, como quién va a misa o a lugar donde no se puede hablar en grito. La gran mayoría mujeres de mirada luminosa y de sonrisa cómplice. Las vistas desde esa altura, son un poema de paisaje y trabajo jornalero. Las paredes de canto amarillo, el verde jugoso de la viña, lo áspero del pino y la humedad del jable confinado entre los muros.
Mi padre nació en esa tierra de altura. Creció en esos lares de pinos y escobones, en el ceno de una familia del caserío de Jama, bajo la sombra de un peral medio caído se hizo un hombre bueno. Mi abuela Dolores, mi abuelo Domingo y mi tía abuela Cándida son ya un paisaje en la memoria que mi corazón enciende. La contada fue a la hora en la que el sol pega a esconderse entre los pinos, al oeste el mar de nubes, al sur amarilleando y el Sombrerito despejado. Una tarde para mi de emociones y alegría liviana. Nos sonreímos juntas, personas desconocidas y allegadas, fue algo para mi entrañable y cotidiano como beber agua o decir gracias.
Fotografías: Christian Buehner