Perro flaco

A perro flaco palos y pulgas y no poca miseria. Perro flaco así lo llamaban porque andaba como ellos, casi arrastras con su merodear sin tino, como si no tuviera amo ni nadie que lo calaceara. Tenía barba rala como los santos de palo que hay en los altares, pero este de santo poco, por ahí iba con su manto de miseria, un rejo de manta lleno mierda pero como abriga sirve de prenda.

Ahí estaba para ser culpado, perseguido por la ranilla con sus pedradas y escupitajos que a ojos de toda la buena vecindad, era legítima esta barbarie infantil aprendida, digo yo de alguna parte. A pan seco y a sobras y por fiestas de precepto, algún caldo caliente en taza mellada sin retorno. Guardaba aquella calderilla culposa que los dadivosos le lanzaban con gesto condescendiente. Su olor repugnaba del tufo que desprendía, aquello era de muchos años. Su madre lo puso Ulises pero nadie lo llamaba por su nombre. A él tampoco le ofendía lo de Perro flaco, es más andaba con uno chiquito y ladrador.

A su entierro no fueron ni las moscas con las que andaba, lo encontraron sin vida, bien tieso con el perrito en su costado. Al tiempo no pararon de llegar cartas al ayuntamiento, todas con el nombre de don Ulises Lima, todas llenas de agradecimientos. Durante 30 años mandó lo que tenía y con aquello, una escuela llena de niños se mantenía en alguna parte. Falto tiempo y en una plaza las autoridades y la buena vecindad junto con un coro de niños, que si antes le tiraban piedras, ahora le cantaban una canción en su homenaje. En la placa pusieron su nombre y poco más. Un mundo raro.

Un cuento chiquito. Juan Carlos Tacoronte.

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