Geroncio era de los pocos que ni la señaló ni tuvo que ver con ella. Él se bajó de la encarnada cargando sobre los hombros una caja pesada y pegó a caminar por la orilla hasta llegar al mentidero. Caía la tarde y el llano seguía extendiéndose y el aíre se iba llenando de rumores y de sabor amargo.
Un perro flaco y desamarrado se cruzó con él como si caminara sobre las puntas, parecía que la tierra tuviera fiebre. Al llegar al caserío las voces gruesas y el ruido de botellas en la venta le llegaron a sus oídos y decidió descargarse y coger resuello.
Dorotea Toledo había sido arrastrada y pelada al cero, algunas mujeres le habían quitado los andrajos y algunos hombres le pintaron sobre las nalgas, puta roja con cochinilla y la pasearon como un machango de los que se queman el miércoles de ceniza.
En la venta de Marcial Chinea brindaban y hacían risa los más valientes. Nos quedamos sin maestra pensó Geroncio, mala cosa esa, Dorotea no aguantó y se tiró por el risco. Nos quedamos sin maestra y ya nadie quiere hablar de eso. Un mundo raro.
Un cuento chiquito. Juan Carlos Tacoronte.